domingo, 10 de febrero de 2008

Y aquí me encuentro, sentada de nuevo en frente del ordenador. Sigo viva, al menos físicamente.
Las últimas tres (¿tres?) semanas han sido horribles. Toda la semana ha habido atracones a diario e incluso algunos días por partida doble o triple. Para que te hagas una idea: mete en una lavadora laxantes, antibióticos, antidepresivos, comida, comida, comida, dolor de garganta, vómitos, comida vómitos y más comida y luego enciéndela y repite la operación una y otra vez. Bueno pues esa lavadora podría haber sido mi estómago, mi cabeza o ambas cosas a la vez.
Supongo (y espero más que supongo) que sobreviviré a los exámenes pero muy por los pelos. Y es que me presentaba sin apenas haber estudiado y habiéndome atracado hasta dos veces antes. Me atracaba con el tiempo justo para vomitarlo todo o casi todo. Me limpiaba los ojos llorosos mientras me miraba en el espejo, luego tumbada en el suelo me fumaba un cigarrillo que no me apetecía, era más bien para quitarme ese maldito sabor de boca. La boca llena de llagas me escocía, pero el sabor a vómito lo iba a llevar siempre conmigo. Cogía el metro, la barriga me dolía horrores ésta estaba hinchada y haciendo ruidos ahora ya demasiado habituales. Pero no, yo no me sentaba en la silla, de pie se queman más calorías. Miro mi reflejo en el cristal y me imagino con diez kilos encima. La gente me mira. Estoy engordando por momentos. Me bajo, por fin, es mejor si no me veo. Hago el examen. Lo entrego me mareo me fumo un pitillo y el humo me quema la garganta, de camino a los pulmones y de nuevo al regresar al exterior. Vuelvo a casa exhausta; me duermo, me levanto y como. Siempre como. Vuelvo a dormirme está vez hasta la mañana siguiente. Me levanto intento estudiar. Por mi cabeza deambula la idea de atracarme y como siempre que esto sucede acabo bajando a la cocina: como, trago, arraso con todo y luego subo al baño, puede que me pese, vomito y me peso. Una y otra vez.
Y basta ya porque me estoy intentado deshacer de toda esta mierda de malos recuerdos. Hoy estoy bien, llevo un día sin atracones y me siento aliviada. Estoy esperando ver a mi psiquiatra para que me recete algo que logre controlar mis impulsos. Soy caótica impulsiva y exagerada en todo, demasiado.

La gente que me conoce, si supiese todo esto alucinaría, a veces lo pienso y me río.
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Queda constatado que soy incontrolable. Me doy miedo a mi misma porque hay veces que realmente no puedo controlarme y no sé que coño me pasa. Creo recordar que mi psiquiatra me dijo, al no poder ofrecerle ninguna respuesta al porqué de todo esto, que ahora que a mi alrededor todo parece estar calmado, ahora precisamente cuando vomito a la comida le acompaña toda la mierda que he ido engulliendo al largo de mi vida. Los atracones supongo que para mí son una forma de trasgresión de “la norma”autoimpuesta: NO COMERÁS, aparte de para llenar de algo mi absurda existencia. Cuándo me atraco el tiempo ya no existe, yo no existo, sólo existe la comida. Y cuándo me aboco al retrete me libero de ella y de algo más. Y casi todo termina, hasta la próxima, claro. No sé no puedo pensar nítidamente, no entiendo nada y cuando me propongo aclarar mi cabeza buscar algunas respuestas acabo más liada que al principio, con más dudas y más confusión y eso me pone nerviosa. Cada vez entiendo menos. Comiendo te evades, es cierto, pero arrojar esa comida…cuando la comida está haciendo el camino de regreso por el mismo lugar por donde entró, eso es orgásmico. Te liberas de algo más que de comida como ya te decía. En el momento te juraría que vale la pena todo el deterioro físico y psicológico que arrastra consigo.

Bueno estos últimos dos días he estado con fiebre y he comido demasiado aparte de que las dos semanas anteriores ya había engordado algo. Demasiados “festines”. He procurado no pesarme demasiado para evitarme un infarto. Pero he notado la subida de peso porque los pantalones me engullen, la talla 34 me aprieta, me cabe pero me aprieta. Cuando me visto siento mis piernas y caderas como si las acabaran de envasar al vacío. Estoy empezando a coger complejo de salchichón y no me agrada. Pero bueno espero que la medicación que me dio el psiquiatra me funcione porque el lunes me pongo las pilas para volver a mi peso.Ya no me fio de lo que veo en el espejo, prefiero regirme por lo que me dice la balanza.
Me urge estar ocupada, ir a clase, tener tareas que hacer, (...). En resumen necesito planificarme, ordenar mi cuarto y mi cabeza.

Notas:

1) Por cierto el viernes por la noche soñé con él, y ahora no recuerdo exactamente que sucedía, supongo que dejaba de acordarse de mí para siempre. De la misma manera que lo está haciendo ahora. (...) La única matización es que yo no estaba necesitada de cariño al igual que él, yo estaba necesitada de su cariño. O eso creo ahora. Lo odio porque lo quiero a mi lado. Y si lo tuviera a mi lado seguramente lo odiaría porque lo tendría demasiado cerca. Y no me gusta que se acerquen demasiado a mí porque luego pasa lo que pasa: te dejan, te abandonan, se van. Pero como no lo tengo lo necesito. Me ha abandonado como yo hice con él. Sabía que dolía pero ahora lo noto. Olvídalo. Ahora ya casi todo me es indiferente.

2) (...)

3) En casa me vigilan y me riñen cuando me atraco. Pero siempre menos de lo que lo hace mi consciencia.

4) Desperdiciando la vida. Algunas veces me importa más que otras.

5) llenar mi vida con algo diferente a la comida.

Paro de escribir porque me odio aun más al pensar, al escribir y al releer.

jueves, 17 de enero de 2008

Miércoles, a ver, me levanto y voy corriendo a comprobar si es verdad que ya no puedo vomitar, después de estos dos últimos intentos fallidos. Me como una manzana y dos yogures estratégicamente. Si no puedo vomitarlo tampoco habrá para tanto. Voy al retrete e inicio el mismo ritual de siempre. Coloco los dedos en mi garganta y los presiono cada vez más fuerte, más y más. Me voy poniendo histérica, el tiempo pasa y éste juega en mi contra. Sólo escupo babas y más babas después de toser varias veces. Mierda. Subo al ordenador desesperada e intento buscar explicación y ya de paso solución a mi problema en Internet. Nada, leo algunas memeces, pero de todas formas me aferro a ellas, es lo único que puedo hacer. Vuelvo al lavabo y sigo al pie de la letra uno de los cientos de comentarios al respecto. El que me parece que puede ser más eficaz. Empiezo a dar vueltas sobre mi misma como una peonza, (me acuerdo de cuando era pequeña, pero sólo un momento), cada vez más rápido. Cuando ya creo estar lo suficientemente mareada vuelvo a asomarme al ajuero del retrete y con los ojos cerrados vuelvo a intentarlo. Algo sale, menos mal. Repito la operación. Bueno mi orgullo no ha sido aplastado del todo. He podido echar fuera de mi cuerpo algunas calorías, a mi parecer, innecesarias. Luego reflexiono detenidamente que coño está pasando. Yo la reina del vómito, la que vomitaba cuánto le venía en gana, la que decidía lo que debía quedarse en su cuerpo y lo que debía ser expulsado inmediatamente, la que había tenido hasta el momento un poder absoluto sobre el derecho de admisión de los alimentos en su cuerpo fallaba. Algo se me escapaba de las manos. El otro día fui incapaz de vomitar y hoy he tardado unos 30 minutos en expulsar de mi cuerpo una manzana y dos yogures. Me empiezo a poner nerviosa y empiezo a darme realmente cuenta de que el vómito en mi es algo más que necesario, es algo vital. Soy adicta al vómito, lo necesito es mi chute, es mi salvación. Hasta ahora no me había dado cuenta de la magnitud del asunto. De todas maneras mi plan empieza a fallar, he de comer menos, bastante menos. Hoy me he pesado y doy 43.2, algo está pasando, eres una foca inmunda. Deja de comer puta.
He desayunado un kiwi y dos yogures y espero mantenerme firme con esto bastantes horas.
Luego del episodio fatídico y frustrante del vómito hago algo y como melón. Voy a clase y me distraigo. Al salir discuto telefónicamente con mis padres y descargo toda mi ira en ellos. Pero no los odio, los quiero horrores. Sin embargo, aun no les he vuelto a dirigir la palabra.
Después de eso estoy muerta de cansancio pero saco fuerzas de donde no las hay y me voy a correr. Vuelvo a casa y ceno acelgas. Subo a mi cuarto y leo. Me gusta leer sobre anorexia y bulímia, me encanta porque necesito estar todo el tiempo pensando en ello y desconectar de todo y de TODOS. Me encanta pensar en ello y conocer experiencias de otras personas siempre viene bien. Tanto hablar de comida bajo abajo y como 2 manzanas. Me siento un poco culpable pero no demasiado porque el sedante ya ha surgido efecto y me manda dormir sin demasiada dilación.
Son la una y sigo soñolienta. Las putas pastillas me dejan muy lenta y vaga, exageradamente perezosa.

sábado, 12 de enero de 2008

No estoy enferma, no estoy enferma no estoy enferma no estoy enferma no estoy enferma no estoy enferma, no estoy enferma sin embargo sí reconozco que me gusta el colocón que me dan los sedantes para dormir.
11. 10. 08
Cuando me tomaba la pastilla para dormir no sabía si era la primera o la segunda que ingería. No importa. Me ha pasado ya algunas veces con todas las pastillas en general. Los antidepresivos, las vitaminas y los sedantes de la noche.
Ayer acabé la tarde en urgencias. Antes de ir a urgencias fui a la consulta donde la mujer de manchas moradas estridentes (casi fluorescentes) en la zona derecha de su rostro que se encontraba situada detrás de la pantalla del ordenador nos recomendó que me fuera al hospital ya que mi tez era demasiado blanca y allí me podrían examinar mejor. Lo que aquella mujer no sabía era que ése era mi color de tez habitual. Mi madre estaba histérica. Yo ponía histérica a mi madre y al mismo tiempo me ponía histérica a mi misma.
Dolor agudo de barriga mezclado con una pequeña crisis de ansiedad. Esas en las que te duele el pecho y no puedes respirar, o al menos crees que no puedes y acabas no pudiendo. Puede ser que mi crisis de ansiedad llevara al dolor agudo de tripa, pero es poco probable. Ese dolor se presentaba desde hacía unos tres meses con la misma imprevisión con que se iba. Eso sí, siempre con intensidades variables. Al mediodía fui a buscar el resultado de mis análisis y de la prueba extraña que consistía en soplar en ayunas en una bolsita, beberte un líquido insípido y blanco y volver a soplar al cabo de 20 minutos en una bolsita distinta. Recuerdo que la enfermerá que me atendió trabajava con mucha diligencia, parecía una autómata y no desperdiciaba ni una décima de segundo en sus movimientos. Parecía tenerlo todo bajo control. Parecía, digo. La prueba era para detectar un posible virus o algo por el estilo que podría estar albergando en mis intestinos y ser esa la causa de mi gastroenteritis crónica y no los laxantes, los vómitos y todo eso como yo creía. El análisis dio más o menos bien. Me sorprende enormemente, porque yo ya pensaba que estaría ya muy gastada y sería desechable por completo. Aun puedo seguir poniendo mi cuerpo a prueba, aun puedo experimentar y joderlo un poco más, ¡fantástico!. La otra prueba dio positivo. Una vez en el hospital le pedí a mi madre que se fuera cuando entrara la doctora. Ella sabía por qué se iba, pero al final no me pesaron. Una palmadita en la espalda y a casa. Otra vez sorprendida.
Hoy sí me he pesado 41.7. Todo una proeza, todo un logro. Felicidades.
Me he sentido muy floja todo el día, mi cuerpo débil y mi mente llena de telarañas. Y frío, mucho frío, siempre demasiado frío pero hoy más que siempre. No quería ver a nadie ni a nada, quería huir, ir a mi refugio, y tumbarme en la cama a reposar y pegarme la estufa en el cuerpo hasta quemarme. Pero me he obligado a ir a clase. No puedo, no quiero y sin embargo voy. Como de costumbre y como en casi todo. Por la mañana me ha entrado la rabieta con mi madre, es decir, conmigo. Estoy cansada y tengo frío y eso a veces me enfurece. Demasiado como para no contenerme. Un par de pataditas a la bolsa por si no bastaba con mis palabras impertinentes. La escena ha sido de lo más ridícula.
Me duele demasiado la tripa como para continuar. Voy a la cama.

12. 01. 08
Pues no, no me fui a la cama, de hecho sí me fui pero no por mucho tiempo. No tenía nada de hambre pero bajo a comer: un paquete entero de galletas de arroz y algunos yogures. El sedante me empieza ha hacer efecto. Mucha comida, de hecho, demasiada comida que me sienta mal. No puedo razonar. Digo tonterías en voz alta y con la luz apagada. No puedo vomitar, tengo sueño y me duermo.

Esta mañana me he levantado enérgica, con mi cuerpo repleto de comida, y con una sensación de hinchazón extremo. No me siento demasiado culpable por lo de anoche. Es muy extraño. Hacía días que no me pasaba lo de anoche pero esta vez no me da tanta rabia porque no creo que haya engordado demasiado. De todas maneras no me agrada nada. Siempre que bajo algo de peso mi instinto me dice que coma, que coma lo que no volveré a comer en mucho tiempo. Así luego puedo matarme a adelgazar más tranquila. Es extraño pero las cosas siempre suceden de esta manera.
He comido un kiwi para desayunar, el kiwi tiene fibra y me ayudará a bajar. He bebido algo y me he comido otro. Necesito fibra, eso lo tenía claro. Luego he salido a hacer unos ejercicios en la calle. Me ayuda a desconectar de mi pensamiento circular de comida, calorías ganadas y perdidas y planificaciones “absurdas” que luego siempre acabo modificando. El aire me sienta bien y echar unas carcajadas con las compañeras de clase me viene bien. Estoy demasiado desvinculada del otro mundo, del que hay fuera de mi cabeza y creo conveniente no abandonarlo del todo. De vez en cuando le hago algunas visitas. Cada vez menos.

jueves, 10 de enero de 2008

Acabo de llegar de mi visita al psiquiatra. Es el segundo psiquiatra que visito y ésta era mi segunda visita a éste último. El primero fue algo realmente espantoso. No quiero ni recordarlo. Ese loco con cara de sapo y ojos desorbitados se comportó como un auténtico cabrón, estaba en las antípodas del buen hacer que le debería competer como médico profesional que se suponía que era (pero eso fue demasiado suponer), en fin…esa es otra historia que algún día quizás escribo.
He llegado diez minutos antes de la cita y él ha llegado unos cinco tarde, así que me he tirado sentada en la escalera delante de la puerta del piso de su consulta un cuarto de hora. Mientras esperaba su llegada observaba con atención la curiosa manera de limpiar de la mujer de la limpieza del bloque. No parecía cabreada pero sus movimientos eran muy bruscos. Odiaba su trabajo y se la veía cansada, pero más bien cansada de la vida, o al menos de su vida, de esa vida. No sé. Sólo son suposiciones (que por cierto me encanta hacer). El caso es que se ha dedicado a aporrear la barandilla de las escaleras de arriba abajo con un trapo sucio de dibujos infantiles estampados en él. Cuando a pasado a fregar las escaleras más de lo mismo, empotraba la fregona de manera muy violenta de esquina a esquina de cada escalera y así sucesivamente. Debía tener entre 55 y 60 años, tal vez más no lo sé. Apenas me he fijado un su cara. Ya no la recuerdo. Sin embargo, sí recuerdo sus piernas. Llevaba una bata de cuadros azul y gris que le llegaba un poco más abajo de las rodillas. La típica que llevan todas, vaya. Tenía la piel muy seca y moratones y diminutos nervios estampados en ellas.
Ha llegado el médico y me ha echo pasar a la sala de espera. Era la primera vez que entraba (la otra vez no lo hice) era blanca y no muy grande con 6 sillas aproximadamente que permanecían bien puestas rodeando tres de las cuatro paredes de la habitación, en la otra había la puerta, por supuesto. Había algunos cuadros (carteles de anuncios de antaño …)y algunas revistas . Lo de siempre. Me ha hecho pasar y me he sentado en el sofá mientras él se sentaba en su butaca. No hay mesa. Hay una pequeñita mesita empotrada en la pared al lado del sofá, a la izquierda de éste. Es raro que no haya mesa. Siempre hay mesa. Quizás es algo meditado: “no quiero que hayan barreras de ningún tipo entre mi paciente y yo”. Quizás es simplemente cuestión de optimización del espacio.
Hoy no me ha parecido tan mayor como lo recordaba de la última vez, de todas maneras, me sigue pareciendo el típico “abuelo” que te vende por la tele turrones de denominación de origen en navidad, o el típico dueño de esos pequeños y antiguos colmados de barrio. Sí, de los que siguen sin funcionar con código de barra. El precio lo llevan los productos en esas etiquetas naranjas fluorescentes. Son realmente auténticos. De esos que están en peligro de extinción.
Me he sentado y he mirado hacia mi derecha, hacia la estantería de los libros, por cierto, al lado tiene colgada una foto de Freud, La habitación de una niña de quince años con la foto de David Bisbal o de cualquier otro capullo incrustado en la pared pero en versión “psiquiatra”. Por si no había quedado claro con los cientos de libros de la biblioteca. En la primera visita cuando miré hacia ellos sólo vi uno. Era grande, robusto de de color rojo. En su lomo ponía Bulímia. A su alrededor había otros libros de trastornos de la alimentación, de personalidad…pero parecía que ése era el único libro de toda la biblioteca. Hoy ya no estaba allí, porque dudo que me haya pasado desapercibido.
El hombre no me da muy mala espina pero tampoco me inspira demasiada confianza, de hecho nadie me inspira demasiada confianza. Además creo que no me toma en serio o no todo lo serio que yo querría. Me ha preguntado por el tratamiento. Le he dicho que ni loco me saque los sedantes de dormir, no lo pensaba hacer. Después me ha preguntado si quiero dejar de vomitar sí me gustaría ya que recuerda que la última vez le dije que vomitar me relajaba. Y en cierto modo es cierto. El vómito te relaja a su manera. Te deja como K.O. Yo le he dicho que sí demasiado insegura.
Hablamos muy superficialmente y me saca las palabras con pinzas. Que me veo gorda, que sólo pienso en perder peso y que soy una solitaria asocial empedernida.

miércoles, 9 de enero de 2008

Ahora mismo me siento muy aturdida. Llevo casi una hora así. Las pastillas, supongo.
Bueno hoy quiero contar lo increíble que me pasó ayer, y bueno ya aviso que lo de increíble quizás sea un apelativo muy exagerado para el resto de seres pero yo lo sentí realmente así. Bueno pues después de la psicóloga llegué a casa y me entretuve haciendo cualquier cosa para pasar el tiempo y que mi madre se fuera por fin a trabajar. Mi madre se fue a trabajar y yo bajé a comer. Un yogurt, y un poco de leche, creo. Luego metí un poco de verdura en el plato y pelé una pieza de fruta. La piel la dejé por allí. En un sitio que se viera, que llamara la atención, y lo demás lo metí en una bolsa de plástico para tirarlo más tarde. Deje mi plato en el fregadero. Perfecto. Fui a buscar no-se-qué y luego me fui a clase dejando la bolsa de comida bien atada encima de la mesa. De esto me percate cuando ya estaba en clase. Mierda, mierda y mierda, pensé. Además, casualidades de la vida el día anterior me había estado “metiendo la bronca” por mis vómitos. Ella lo sabe y me dijo muy irónicamente que “me delataba mi pulcritud”. De vuelta a casa inventaba excusas a mil por hora. Cada una más patética que su anterior. Al final me dije que pensaba hacer lo que me diera la gana pasara lo que pasara así que me resigné a que por entonces ya lo habría visto. Casualidades de la vida, ese día mi madre llego exactamente a la misma hora que yo. Parecía que hubiesemos estado sincronizadas a la hora de volver a casa. Pero debía evitar que entrara en la cocina antes que yo. Me inventé una gilipollez y fue directa arriba, simultáneamente yo me dirigí a la cocina cogí la bolsa muy torpemente y me largué. Respiré hondo, muy hondo y pensé que había de tener más cuidado la próxima vez.

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Como, más de lo previsto, y vomito. Voy a clase, vengo y tomo melón. Quiero vomitar pero mi madre está en casa. ¿Por qué coño me lo he comido? Fracaso no, FRACASO. Me voy a correr un rato y por supuesto no cenaré. Estoy furiosa. Como advertí, yo he sido mi propia “aguafiestas”.

martes, 8 de enero de 2008

Hoy me he levantado más o menos un minuto antes de que sonara el despertador. Relajada y sin hambre. De todas formas le he dado una manzana a mi estómago, no para que se callara sino para mantenerlo callado mucho más rato. He leído un rato y me he fumado el cigarrillo de después de desayunar. Me he vestido no sin antes examinar mi cuerpo frente a los espejos. El del baño, el del otro baño y el del salón. Hoy me he mirado tímidamente porque me había levantado muy relajada y no quería estropearlo tan pronto. Estoy gorda, ancha, hinchada, ¿dónde se habrán metido mis huesos? Porque cada vez los veo menos.
Hoy es la primera vez en muchísimos meses que no me peso y no me peso porque he ideado un plan. He ideado quitarme algunos quilos más de encima. Y comiendo lo que voy a comer y no comiendo lo que no voy a comer ni por tanto vomitar, se adelgaza. Por tanto espero que todo resulte según mi plan y cuando me pese la báscula asienta y me diga que el plan ha surgido. Espero que nadie intente interferir, pero sobre todo he de estar muy pendiente de no ser mi propia “aguafiestas”.
Bueno, ¿por dónde iba? A sí, después he abierto la puerta de casa he salido y mientras estaba fuera de cara a la puerta por su parte exterior a la calle y me encontraba introduciendo las llaves para cerrarla he oído el ruido constante de los coches y me he relajado. Era suave. Suave como el viento que rozaba fresco y ágil mi rostro blanco inmaculado. Ruido y viento parecían una sola cosa. Me he percatado de que hacía días que no salía de casa . Bueno en realidad salí hace un par de días atrás para ir a la psicóloga pero estaba demasiado desquiciada como para recordar nada del mundo exterior de ambos trayectos, el de ida y el de vuelta. Me he puesto a andar cabizbaja pero no estaba triste o cabreada como de costumbre, estaba relajada (estar relajada es muy sospechoso en mí así que creo que los antidepresivos hacen su función, funcion que aun no sé bien cuál es. Dejémoslo en que me hacen algo. Es muy raro porque la gente me dice que parezco un “tía muy tranquila” y yo pienso que si él o ella supiera….
Alguna vez levantaba la cabeza buscando inquieta mi reflejo en los aparadores, coches…y efectivamente he vuelto a constatar, una vez más por si no era suficiente, que estaba gorda. He seguido andando hasta encontrarme tocando el timbre de la consulta de la psicóloga. No me quiere presionar. Se le nota y yo lo veo y se lo agradezco desde mis adentros. Porque cuando ideas un plan para perder peso o para lo que sea lo que más furioso te pone es que te lo intenten chafar porque entonces viene la frustración.

domingo, 6 de enero de 2008

En mi casa, “lo mio”, lo que me sucede es un secreto a voces y a la vez un tema tabú. Nadie quiere hablar de nada yo inclusive. Incluso yo misma tengo épocas. Hay épocas en que me autoengaño y me convenzo a mi misma de que estoy perfectamente. Hay otras que no, pero eso solo me lo reconozco a mí misma, bueno y a la psicóloga si me siento realmente mal. De todas formas estar mal me encanta. Cuándo te acostumbras al dolor es difícil desprenderte de él, hay algo en él que te engancha.
Al principio, cuando empecé a perder peso mi madre se escandalizó ¿exageradamente? Bueno eso es discutible. Ahora mi madre ya está más que acostumbrada a mis excentricidades para con la comida y se conforma con que coma algo, lo que sea. A veces, cuando se le ocurre insistir más de la cuenta, acabamos discutiendo y yo acabo haciendo lo que me viene bien igualmente así que debe pensar que no le sale muy a cuenta. No debo ser la única que se comporta así, pero es algo que me llama la atención, es curioso. Como más me insisten en comer menos como, y más me reafirmo en mi comportamiento.
El otro día me pegué una comilona que acabé vomitando. Antes nunca vomitaba, o los procuraba muy fervientemente, si había alguien en casa. Ahora eso ya no me importa. Subo una bolsa de plástico en mi habitación y una botella de agua. Coloco la bolsa dentro de mi papelera que siempre está vacía y la papelera encima de mi cama, por último pongo música y no demasiado alta. Así voy haciendo. Odio vomitar. Es una de las cosas que menos soporto en este mundo. Lo que no sé es si lo odio por el hecho en sí, es decir, por tener que verme postrada en el retrete o donde sea e introducir mis dedos hasta el fondo de la garganta, por las llagas, y la boca extraña: me deja una sensación muy desagradable como si me hubieran limado toda la boca y la garganta con una lija de esas de carpintería y el sabor…ese sabor ácido de los líquidos gástricos. Cuesta describir esta sensación tan desagradable. Bueno, el caso es que no sé si lo odio por eso o por el hecho más psicológico, el hecho de haber transgredido la norma, el echo de haber comido. El vómito es a la vez mi castigo y mi redención. Me rescata de la obesidad mórbida aunque nunca lo vomitas todo y eso es un punto que hay que tener muy en cuenta. Antes usaba laxantes pero ahora intento no hacerlo porque noto que no es bueno para mi estómago. Lo estoy notando desde hace tiempo. Hay días que se me hincha la barriga y oigo a mis intestinos temblar y es un calvario, se me pone la piel de gallina y empiezo a tener más frío de lo habitual, pero eso ahora no viene al caso.
Bueno a mi favor he de decir que después de la mencionada comilona lo voy llevando bien y me he escaqueado de muchas comidas, sólo como cuando está mi madre. Qué llegue el martes y con él mi tan anhelada soledad en las horas de comer!

jueves, 3 de enero de 2008

Haga lo que haga no hago más que pensar en lo gorda que estoy. O digámoslo de otra manera: no me siento suficientemente delgada. Y soy tan subnormal que encima tengo el valor de abrir la boca para comer. Esta mañana me he pesado: 42.9. Me he puesto contenta, al principio, al ver un dos detrás del cuatro, me hacía creer que estaba cerca del peso que me perteneció no hace mucho. Pero es una mierda, es una estafa.Como la estrategia mercantil que usan en todas las tiendas y grandes superficies para que consumas y tu pienses que te has llevado una ganga…pero en realidad no. Me he sentido igual que en el super, igual que si hubiese comprado algo de 42.9. He pensado, primero, ¡qué bien! ¡Sólo 42 euros! pero la cruda realidad es que hay un nueve detrás... En mi caso detrás hay 900 gramos: UN KILOO! ¡Dios mio! . Total que he acabado rabiosa, como la mayoría de veces que me peso.
No puedo aguantarlo más. Necesito bajar de peso ya. En realidad lo necesitaba para ayer. Como todo. Y en cuanto a lo que se me ha ocurrido comer hoy prefiero guardármelo para mí de lo avergonzada que me siento y de paso os ahorro un susto.
Si hicieran operaciones de cirugía estética o de lo que fuera en las que cosieran la boca, yo me la haría. Lo digo totalmente enserio

En fin, ayer tuve noticias de una chica, Alba, una amiga de aquellos tiempos en que yo estaba igualmente ‘desquiciada’ pero en otros sentidos. La verdad me arrepiento mucho de aquella época de mi vida. Bueno ahora que lo pienso no sé si estoy tan segura porque si todo aquello no me hubiese pasado yo ahora, probablemente, no sería la que soy. Seguramente sería peor, y no sé porque digo seguramente tan segura porque yo muy pocas veces estoy segura de algo. En fin que hemos seguido caminos muy distintos y me pregunto si ahora, después de tanto tiempo no sería un error que se cruzaran.

martes, 1 de enero de 2008

Once de la mañana: Me levanto inquieta, con la boca seca, y pensando en comida. La sensación no era nueva en mí y generalmente suele llevar consigo consecuencias desastrosas. No tenía hambre hasta que me comí dos manzanas. Luego si tuve hambre (¿hambre?) y con ello tragué un sin fin de cosas más. No sé que me ha pasado, no sé que me pasa. Bueno, rectifico, sí lo sé, lo que no sé es el por qué de todo esto.
Como siempre he acabado vomitándolo todo o casi todo (al menos eso espero). El día no había empezado nada bien. Mi mente contaba inexorablemente y a toda prisa, cifras, cifras y más cifras. Cifras muy altas, demasiado altas para poderlas soportar normalmente. Contaba jodidas calorías. Como de costumbre me he puesto muy nerviosa. Me he desquiciado y nada podía calmar aquella tormenta. Mi cabeza era un caos de cifras, y de imágenes. Me he mirado en el espejo en todos los ángulos que mi cabeza me permitía alcanzar, y los que no me los he imaginado. Después me he palmado todo el cuerpo y con ello han sucedido los llantos. Mareo.
Mi mente, estratégicamente, había dejado de contar calorías para idear un plan. Me iba al gimnasio, ya estaba decidido. Enfurecida me he vestido. También enfurecida, como no podía ser de otra manera, con todo lo que se cruzaba en mi camino: mis padres. Los pobres siempre acaban pagando el pato de la niña loca de la casa. Y ellos como la mayoría de veces, comprensibles. No me entienden, yo lo sé. Nadie me entiende porque nadie es yo y ni yo a veces logro entenderme, ni se aproximan pero al menos le echan ganas. Es curioso pero la mayoría de veces que lloro, que me derrumbo, me desquicio o algo por el estilo, lo absorben ellos también y acaban por llorar. Mi ‘micro caos’ era entonces un caos general. Al volver estaba más relaja pero sólo físicamente.
Quiero acostarme, quiero dormirme pudiendo asegurar que mañana no será un día igual y que no voy a perder los papeles de esta forma. Quiero directamente no comer porque la comida sólo me trae problemas y más cuando estoy ociosa, de echo todo empezó así en tiempos sin orden, sin pautas, sin nada en concreto para hacer, con demasiadas cosas por hacer. Quiero que empiecen las clases y vuelva el horario, las planificaciones, se acabe el tiempo libre y con ello vuelva esa especie de normalidad en la que no estaba incluida comer y vomitar.